Había una vez una rana que brincaba siempre hacia adelante, a las
tranquilas aguas de la playa San Luís, y a lo lejos vio a una extraña criatura
que caminaba hacia atrás. Rápidamente, y muy emocionada, brincó y brincó, y
gritando se presentó de inmediato:
— Hola,
¿cómo estás?, yo me llamo Rana, ¿y tú?
El extraño animalito respondió tímidamente: — Yo me llamo Cangrejo.
Entonces, la rana, emocionada, se acercaba más
y brincaba cada vez más rápido, y el cangrejo, asustado, rápidamente se
introdujo en el mar, y la rana le gritaba:
— ¡Sal
cangrejo, quiero saber más de ti!
Pero al no recibir respuesta, ella se compró unos lentes oscuros, un
traje de baño, un protector solar para no tostarse tanto la piel, alquiló un
toldo y una silla de extensión y se acostó muy estiradita a esperar al
cangrejo.
El cangrejo todavía asustado le contó a la Jaiba que afuera vivía una
rana que caminaba diferente y lo quería conocer, pero tanto salto lo asustaba
porque podía quemarse con el sol, y la Jaiba sorprendida le dice: — ¡Guaooo!, pero
si es así de impresionante tienes que conocerla.
Entonces, el cangrejo se armó de valor y salió del mar para buscarla.
Imaginen cuán grande fue su sorpresa al ver a la rana muy estiradita en
la silla de extensión, con sus lentes de sol, tanto así que se quedó
paralizado, y la rana emocionada saltó a sus patas, le dio un gran beso y un
abrazo y desde ese momento quedaron perdidamente enamorados.
Al principio fue difícil caminar juntos, porque uno iba para adelante y
el otro para atrás, hasta que el cangrejo aprendió a caminar hacia adelante; y
desde entonces, caminan juntos tomados de paticas… y tuvieron muchos hijos, que
caminan dos pasitos para adelante y un pasito para atrás.