Douglas es
un niño que vive en las afueras del pueblo. Tienes dos hermanitos menores. Todo
alrededor de su casa está sembrado de lindas flores de todos los colores.
Douglas
tuvo un bisabuelo que le enseñó muchas cosas y le dejó toda su sabiduría. En
los momentos libres, Douglas contaba cosas de su bisabuelito a sus amiguitos.
Un
día los niños conversaban emocionados porque al día siguiente eran las fiestas
patronales del pueblo y los abuelos iban a contar cuentos; también habría
teatro, música, cohetes y carreras de caballos. Douglas escuchó detenidamente,
fue a su casa y corrió a la montaña más cercana. En lo alto lanzó una flecha al
sol, le dio en la nariz y éste leyó lo que Douglas quiso decir.
“Amigo
sol: te saludo y deseo que te encuentres bien en unión de los tuyos. La
presente es para decirte que mañana son las fiestas del pueblo, los abuelos van
a contar historias y deseamos que usted se ponga de acuerdo con la luna e
invente un eclipse. Sin más, su amigo Douglas”.
El
sol esperó la noche para encontrarse con su enamorada luna, le contó todo y
ella estuvo de acuerdo. Al otro día, amaneció fresquecito.
— ¡Los abuelos primero, los abuelos
primero!— gritaban los niños.
Uno de los abuelos
contaba que hace tiempo, un pueblo brillaba por su belleza; tocaban la retreta
todos los domingos, las casas tenían jardines con flores de colores vivos que embellecían
al pueblo. Un día dos nubes bajaban a jugar con los niños que estaban en un
parque jugando al escondite. Una de las nubes habló:
—
Niños, nosotras queremos jugar con
ustedes.
—
Bueno, bueno, vamos a jugar con la
neblina— gritó la mayoría de los niños.
Y la otra nube
dijo:— No, nosotras no
somos neblinas, somos nubes. Ella es la nube gris y yo soy la nube blanca;
queremos que ustedes nos enseñen a jugar.
Uno de los
hermanitos de Douglas, escondido detrás de los árboles del parque, pensó en alto:
—
Caraaah, ¡y que las nubes hablan!