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Ezequiel, el oscuro fantasmita


Este era un niño que, sin saber cómo ni por qué, un buen día se transformó en fantasmita. Tenía ojos grandísimos que le hacían ver todo lo que le rodeaba y hasta mucho más allá de las montañas, de los bosques.

            Vivía en un pequeño país donde no se educaba a los niños, sino que todos deambulaban por las calles vendiendo dulces, pidiendo dinero, limpiando botas, y había muchos hombres que los mandaban hacer todas estas cosas.

            Las personas adultas discutían y se peleaban unos con otros, sin justificación alguna.

            El pequeño fantasmita, quien andaba de nube en nube, miraba con tristeza su pequeño país. Un día esperó la llegada de la noche para volar con las estrellas y palpar de cerca todo aquello que lo atormentaba.

            Mientras todo el mundo dormía, él y las estrellas entraban en las casas, en los ranchitos, y a los niños y los adultos que dormían profundamente se les metían con mucho cuidado por un oído, y con un borrador de los que usan las maestras para limpiar las pizarras, borraban y desaparecían las cosas malas, como envidia, odio, robo… y cuando el sol apareció nació un nuevo día, y aquel día era distinto, pero con algo muy especial: estaba habitado por la misma gente. 

Autor: Henry Guerra

Ilustración: Javier Sayalero

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